Era un día de cuaresma el que me
paré a mirarte a los ojos, me fijé en tu sangre, en tus clavos, en las espinas,
en tu dolor, entre sin saludar y pasé por tu lado como el que se cruza con un
desconocido, me paré y observe tu mirada, que fuerza la tuya poder resistir
tanto daño y a la vez tu retina desprender tanto temple, tanta seguridad, tanto
amor.

Aquel día me di cuenta que
cuarenta días pasan tan rápido como lo hice yo por tu lado, si todavía estamos
a tiempo permítenos el privilegio de volver a empezar, Danos la oportunidad de
volver a ser niños para vivir desde la inocencia de una bola de cera y crecer a
tu lado orgullosos de sembrar un fruto para los que tienen que venir, no nos
damos cuenta que si hacemos las cosas para nosotros mismos le quitamos páginas
a la historia, llegará el día que seremos polvo y será la fe y esa historia la única
que nunca deberá perderse ni olvidarse, enséñanos de nuevo pues aun no lo hemos
aprendido a mirar al de al lado desde el amor, a no valorar lo obtenido según
los apellidos del que lo recoge y a concienciarnos que el mundo girará siempre
a tenor de tu voluntad y no la nuestra.
Perdona nuestras ofensas pues nosotros mismos hemos
construido un mundo que tiene más horas que día, líbranos del mal y nunca nos
abandones pues no hay mayor soledad que vivir una cuaresma vacíos de ti, pasando
por tu lado como un desconocido y sin pararnos a mirar el amor de tus ojos.